© Ferley Ospina (EL PAÍS)

Los puentes fronterizos siguen plenamente abiertos. Ni siquiera el paro camionero, con el que lidió el Gobierno de Gustavo Petro esta semana, detuvo el flujo de personas y vehículos por el Simón Bolívar, el más tradicional de los cruces que conectan a Colombia con la vecina Venezuela, sacudida por una crisis poselectoral que ya cumple más de un mes sin salidas a la vista. Es jueves al mediodía en La Parada, el asentamiento que ha crecido en la boca del puente del lado colombiano, y las personas que van y vienen bajo un sol abrasador que rebota contra el asfalto no se detienen, como de costumbre.
Los cruces binacionales han sido el embudo de uno de los mayores flujos de personas en el mundo. Casi tres millones de venezolanos se han asentado en Colombia, por mucho el principal país de acogida de la diáspora. El Simón Bolívar, que comunica la zona metropolitana de Cúcuta con San Antonio del Táchira, se ha visto en varios momentos desbordado por las sucesivas oleadas de migrantes que han salido empujados por la hiperinflación, la inseguridad o la escasez de alimentos y medicinas en los años que lleva Nicolás Maduro en el Palacio de Miraflores. Sin embargo, ha estado menos concurrido de lo habitual a lo largo de esta inusual semana, marcada por los bloqueos de camioneros y transportadores –hasta 21 en el departamento de Norte de Santander–, que no llegaron a paralizar a la mayor urbe colombiana sobre la frontera y se levantaron el viernes.
